Cuentan que un importante empresario
-llamado Robert- se encontraba de cacería por Rusia y se encontró con un
espectáculo que le sorprendió: un zorro, que había
perdido dos de sus patas, reposaba tranquilamente al
pie de un árbol, disfrutando de su sombra y de la brisa fresca de
primera hora de la tarde.
Preguntándose cómo era posible que un
animal incapaz de valerse por sí mismo pudiera tener tan buen aspecto,
decidió ocultarse entre la maleza para observar de qué extraño modo se
alimentaba el animal mutilado.
Estaba atónito: ¡Ese era el secreto del zorro! ¡Así se alimentaba! Dios había dispuesto que otro le facilitara el alimento del que precisaba…
Era fantástico. En ese momento vinieron a su mente sus interminables
jornadas de trabajo, sus múltiples preocupaciones, sus noches de
insomnio a causa de los nervios y los problemas… Y decidió dejarlo todo y vivir plenamente confiado en la bondad del Señor..
Lamentablemente, la zona en la que se encontraba no sabía lo que era la prosperidad, y los
habitantes de los pueblos cercanos sufrían una vida de penuria que no
les permitía compartir lo poco de lo que disponían pues carecían de lo
mínimo para cubrir sus necesidades básicas. Así que, al cabo de unos días, empezó a sufrir el hambre y disgustado, Robert se enfrentó con Dios:
– Aquí estoy, a las puertas de la muerte, dolido y cansado, por seguir el ejemplo que me diste con la escena que presencié… ¿Cómo
me haces esto? Lo he dejado todo, he abandonado cuanto tenía y me he
fiado de ti… Y tú me has fallado.
Para su sorpresa, una voz retumbó como un trueno… Era Dios, que le respondió:
– Lo que quiero, hijo mío, es que
dejes de hacer el imbécil. ¿Dónde está tu mutilación, tu incapacidad?
Te he dado inteligencia, salud, educación, oportunidades y medios…
Mira a tu alrededor… ¡No tenías que seguir el ejemplo del pobre zorro!
¡Tú eres el tigre!
En nuestras manos está. Quejémonos menos y hagamos más. Un mundo mejor es posible, si realmente queremos.
Relato extraído del blog de Joaquín Muñoz Traver
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